Moro

Descripción:

El Moro lleva una capa de color gris azulina, formada pelos negros y blancos sobre piel negra. Se diferencia del tordillo en que su cabeza es más bien oscura y no aclarada. 

Variedades:

  • Moro claro: Color ceniza o gris azulado.
  • Moro oscuro: Color gris azulado oscuro.
  • Moro negro: Color gris oscuro fuerte.

 

Moros en la Historia:

Tal vez el moro más famoso de nuestra historia haya sido el fiel compañero del caudillo federal Juan Facundo Quiroga, que según la leyenda “asesoraba” a su amo prediciendo el resultado de las batallas.

Domingo F. Sarmiento, en su obra maestra “Civilización y Barbarie” compara a Quiroga y su moro con el terrible emperador romano Calígula, que se hacía adorar como Dios y asociaba al imperio su caballo.

Dice en sus memorias el general José María Paz: (Quiroga) Tenía un célebre caballo moro que a semejanza de la cierva de Sartorio le revelaba las cosas más ocultas y le daba los más saludables consejos. Rodando la conversación vino caer en el célebre caballo moro, confidente, consejero y adivino del general Quiroga. Fue grande la carcajada y la mofa en términos que picó a Güemes Campero (antiguo oficial de Quiroga), que dijo: “Señores, digan ustedes lo que quieran, rían cuanto se les antoje, pero lo que yo puedo asegurar es que el caballo moro se indispuso terriblemente con su amo el día de la acción de La Tablada porque no siguió el consejo que le dio de evitar la batalla ese día: soy testigo ocular que habiendo querido el general montarlo el día de la batalla, no permitió que lo enfrenasen por más esfuerzos que se hicieron, siendo yo mismo uno de los que procuré hacerlo, y todo para manifestar su irritación por el desprecio que el general hizo de sus avisos.”

En la derrota de Oncativo (1830) el General Aráoz de La Madrid capturó este caballo, que fue recuperado por otro caudillo federal, Estanislao López. Sin embargo este último nunca lo devolvió, pese a la intermediación de Juan Manuel de Rosas, que hasta terminó ofreciéndole una recompensa a su antiguo dueño. Facundo, profundamente disgustado le respondió: Estoy seguro de que pasarán muchos siglos de años para que salga en la República otro caballo igual, y también le protesto a usted de buena fe que no soy capaz de recibir en cambio de ese caballo el valor que usted contiene la República Argentina, es que me hallo disgustado más allá de lo posible. 

 

Moros en la literatura gauchesca:

El pelaje moro es el único nombrado por José Hernández en El Gaucho Martín Fierro. Cuando Fierro es enviado al fortín se lleva consigo sus mejores pertenencias, entre ellas su veloz caballo moro, con el cual ganó mucho dinero en las cuadreras de Ayacucho. La casualidad del destino, es que al igual que Facundo Quiroga, le es quitado injustamente y nunca devuelto.

 

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Yo llevé un moro de número
¡Sobresaliente el matucho!
Con él gané en Ayacucho
Mas plata que agua bendita:
Siempre el gaucho necesita
Un pingo pa fiarle un pucho.

 

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Ansí en mi moro, escarciando,
Enderecé a la frontera.
¡Aparcero si uste viera
Lo que se llama cantón!…
Ni envidia tengo al ratón
En aquella ratonera.

 

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Y pa mejor hasta el moro
Se me jué de entre las manos;
No soy lerdo… pero, hermano,
Vino el Comendante un día
Diciendo que lo quería
-Pa enseñarle a comer grano.-

 

En La Vuelta de Martín Fierro, José Hernández vuelve a nombrar únicamente al pelaje moro: el segundo hijo de Fierro nos cuenta del moro del Viejo Vizcacha. ¿Habrá sido tal vez el pelaje favorito de Hernández?

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Viejo lleno de camándulas,
Con un empaque a lo toro,
Andaba siempre en un moro
Metido no sé en qué enriedos,
Con las patas como loro
De estribar entre los dedos.

 

Martín Fierro llega montando su moro cuando encuentra a la muerte, a manos del negro cantor, según la versión de J. L. Borges en El Fin (Ficciones): La llanura, bajo el último sol, era casi abstracta, como vista en un sueño. Un punto se agitó en el horizonte y creció hasta ser un jinete que venía, o parecía venir, a la casa. Recabarren vio el chambergo, el largo poncho oscuro, el caballo moro, pero no la cara del hombre, que, por fin, sujetó el galope y vino acercándose al trotecito.

 

Es también de este pelaje uno de los parejeros preferidos de Don Segundo Sombra (Ricardo Güiraldes), por ser manso para el trabajo y muy veloz, al igual que el moro de Fierro: Agarré mi moro, crédito para el rodeo, porque no quería andar fallando. Más adelante narra una arreada de ganado donde la rapidez de su pingo se destaca sobre los demás: En la arena mojada de la orillita, dura como tabla, corríamos a lo loco. Mi Moro se hizo ver tomando la punta, descontando la ventaja que le llevaban (Cap. XVI).